Bárbara Salvatierra
Hay lugares que tienen historias, más que cualquier otro sitio. La Guaira del estado Vargas, comparte miles. Sus calles hablan de sueños ahogados, pero también de sueños sólidos que galopan hasta el fin del mundo, manteniendo la misma esencia. Las casas coloniales, corroboran esta insistencia mía. Verán, cuando van por esos suelos, con aquel olor a mar, a montaña, todo es distinto. Cuando observan las texturas, los colores, la forma en la que están construidas muchas de estas casas, se dan cuenta que hay historia.
Una historia que abarca muchos senderos por los que transitaron gran cantidad de gente con diferente raza, cultura, religión y estatus social. Son calles, que han soportado el peso de cada una de estas personas, desde tiempos remotos. Que han aguantado enormes desastres naturales. Suelos que se han hecho héroes porque siguen ahí con todas las adversidades.
Cuando tocas suelo guaireño, sientes libertad. A pesar de ser "solo un pueblo" como muchos lo llaman, éste parece tener otro viento, que sopla y golpea y arrebata pesares. Un mar con un olor peculiar, como mencioné anteriormente, que se mezcla con el olor a café de cada mañana. Que sientes que te mece cada noche, como si tu casa fuese una cuna de antaño. Un cielo, que se reparte cada amanecer, que juega a ser un pintor, con infinidades de colores y formas al momento de salir el sol. Ese sol, que te quema y no hace daño, que te hace sentir, que estás ahí, en La Guaira, un pueblo que habla.